Igor García
El Panteón Nacional
es la obra de un hombre sencillo, de pueblo, devoto del misterio de las
tres divinas personas, quien con su esfuerzo de albañil, con los recursos
ganados con su trabajo y la colaboración de muchas familias pudientes de
Caracas, pudo dar forma al lugar donde descansarían sus restos mortales y al de
muchos libertadores, políticos y hombres
notables de esta nación.
Juan Domingo del Sacramento Infante fue colocando pared por
pared para honrar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tríada que servía de
basamento espiritual y religioso a muchos mantuanos de la época, incluyendo a
don Juan Vicente Bolívar, quien bautizó a su hijo con el nombre de Simón José
Antonio de la Trinidad, sin pensar que en el siglo XXI se realizaría una
reforma a dicha iglesia para albergar y honrar los restos de su vástago.
Antonio Guzmán Blanco decretó dicho recinto como Panteón
Nacional, luego de su remodelación en 1874, y escogió en primer lugar a los
héroes de la Independencia Nacional. Estarían allí: Simón Bolívar, por
supuesto; el marqués del Toro, quien, al igual que Juan Domingo, reposaba allí
en su sueño eterno antes de la decisión del “Ilustre Americano”, Francisco de
Miranda, Antonio José de Sucre, Santiago Mariño, Manuel Piar y muchos otros.
Sirvió esta iglesia de La Trinidad para albergar a otros
personajes antes de ser Panteón Nacional, dada la costumbre de los caraqueños
de tener capillas familiares para sepultar a sus muertos. Judas Tadeo Monagas
(José Tadeo) y Ezequiel Zamora también estaban bajo su suelo. El primero había
sido general en la independencia y el segundo, uno de los seres más
representativos de la Guerra Federal, la cual terminó llevando al poder al
grupo de Juan Crisóstomo Falcón y del propio Antonio Guzmán Blanco.
Lo que debió ser un recinto para militares y civiles que
lucharon por nuestra independencia, se transformó en un cementerio para
personajes afines a partidos triunfantes en las reiteradas revoluciones dada en
el país durante toda su historia. El propio Guzmán incluyó personajes que sólo
eran relevantes dentro de su orientación política y otros fueron dejados por
fuera por razones ligadas a las conveniencias partidistas, entre ellos a su
padre, Antonio Leocadio Guzmán.
No existe en dicho panteón un recordatorio u homenaje al
soldado sin nombre, al campesino, esclavo, indígena o peón que dejó su
herramienta de trabajo para empuñar una lanza, una pica o un fusil para
contribuir con su sangre a esa liberación, pero si hay personajes que resultan
nefastos por su accionar en disputas armadas fratricidas que sólo sirvieron
para enlutar muchos hogares de esta nación.
Con el crecimiento del número de notables fallecidos es
obvio que el Panteón Nacional se hace insuficiente. Es menester, entonces, que
se piense en una manera de honrar a los próceres segmentándolos por sus obras.
Los héroes de la Independencia, tanto civiles como militares deberían
mantenerse en el Panteón Nacional, los otros notables, tanto los eruditos, como
los científicos y los benefactores de la humanidad deben ocupar otros espacios,
quizás los aledaños al propio Panteón, quedando a criterio de la ciudadanía el
lugar a ocupar por aquellos caudillos de guerras intestinas, a los líderes de
las diferentes etapas en que se divide al país y a los escogidos como baluartes
necesarios por los políticos de turno.
Sería una obra monumental para Caracas a inaugurarse en el
año 2021, en la conmemoración del fin de la guerra de independencia con la
batalla de Carabobo o en 2023, cuando realmente finalizaron los combates por
libertad con la toma de Puerto Cabello y la batalla naval del Lago de
Maracaibo.
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