Igor García
Si hubo un hombre que esquivó la gloria, los halagos y la
fortuna, este hombre fue Antonio José de Sucre y Alcalá, quien tuvo la virtud
de ejercer los mayores cargos en la milicia y en la vida civil y aún así solo
pidió tener la tranquilidad de un hogar y el calor de una familia para
descansar de las fatigas de 14 años de guerras, disidencias y contrariedades
políticas.
Este 3 de febrero se cumplen 222 años del nacimiento en
Cumaná de este prócer, que a pesar de ser visto por la historiografía nacional
como un ser arropado por la gloria de Bolívar, fue un héroe de mérito propio,
un personaje con luz individual, cuyas acciones fueron fundamentales para dar a
gran parte de la América, la libertad anhelada por los hijos de estas tierras,
sometidas a los caprichos de una monarquía que los degradaba en muchos
aspectos.
Antonio José de Sucre, en el mundo militar, va desde cadete en 1808 hasta General en
Jefe, Comandante General y Gran Mariscal en 1824, incluyendo Ministro de Marina
y Guerra en 1820. En lo político-administrativo empieza por Gobernador de la
plaza de la antigua Guayana y Comandante General del Bajo Orinoco en 1817 hasta
Presidente fundador de la República de Bolivia en 1826, pasando por Intendente
del departamento de Quito en 1822.
En el Poder Legislativo fue Diputado en 1819, Senador por el
departamento de Orinoco en 1822, y Presidente del Congreso Grancolombiano en
1830. En la diplomacia, Sucre a sus veinticinco años fue Comisionado para
concertar el Armisticio y el Tratado de Regularización de la Guerra en 1820;
plenipotenciario extraordinario ante Quito en 1821; lleva facultades totales
diplomáticas y de fuerza de Colombia al Perú en 1823, y se le expide credencial
amplia para tratar con los gobiernos de Chile y Buenos Aires.
En la rama judicial si no fue juez ni perteneció a ningún
tribunal, le cabe el mérito de haber creado e instalado la Corte Suprema de
Justicia en Cuenca 1822 y la Corte Superior de Justicia Boliviana de 1826. Por
último, en la esfera máxima de la cultura se ocupa de las universidades de
Bolivia en 1825, y aunque no fue periodista auspicia y funda órganos de prensa.
No hay dudas de la
lealtad de Sucre a la causa emancipadora. Fue obediente hasta la saciedad de
las órdenes que tenían como fin avanzar en el proceso de liberación de los
pueblos, pero también fue inflexible en su posición, cuando observaba que las
instrucciones que se le impartían no estaban acordes con este proceso.
Una prueba irrefutable fue la posición tomada contra una
orden del Libertador en Lima, Perú, a donde Sucre llega con su ejército en el
momento en que José de la Riva Agüero había pactado con los realistas para
mantenerse en el poder. Bolívar le dice: “Llega
U a tiempo general, porque lo necesito para un negocio urgente. He perdido la
paciencia con Riva Agüero. Mientras él conspiraba con una facción del ejército
peruano, yo me abstenía de emplear las armas contra él; pero acabo de saber que
está en connivencia con el virrey La Serna. Tratándose de una revolución
peruana, yo procuraba atraerlo al buen sentido, pero una vez que se entiende
con el virrey, debemos tirar de la espada para someterlo. Con este objeto
quiero que U marche a Huaraz”
“Pues para eso no cuente U conmigo. –respondió Sucre- Hemos
venido de auxiliares de los peruanos y no debemos mezclarnos en sus asuntos
domésticos”, fue la respuesta tajante del que tiempo después ganara el grado de
Gran Mariscal de Ayacucho.
Bolívar no pudo convencerlo de obedecer esa orden, a pesar
de utilizar la intermediación de amigos comunes como el embajador de Colombia,
Joaquín Mosquera, quien le respondió que si bien no había podido él convencerlo,
era poco lo que podía hacer al respecto.
Al día siguiente Bolívar invocó la amistad y el respecto que
debía imperar dentro del ejército y en razón de estos detalles pidió a Sucre
que le acompañara como amigo, sin ningún tipo de intervención militar en la
incursión que debía realizarse para someter a Riva Agüero.
El propio Bolívar narra este hecho en la biografía sucinta
que hizo del héroe oriental
Tampoco es cierto que todas las comisiones fuesen aprobadas
por Bolívar. El 22 de diciembre de 1821, Bolívar le escribe desde La Plata para
reclamarle por al tratado realizado por Sucre con el coronel Tolrá. En esa fecha le comunicó lo siguiente: “Por el Señor General Torres recibí el 20
del presente copia de un tratado de armisticio celebrado entre V.S. y el
Coronel Tolrá. El General Torres lo recibió por el Comandante de las fuerzas de
Pasto, que le hacía iguales proposiciones. y lo invitaba a que aquel armisticio
fuese extensivo a las fuerzas de una y otra parte que obran por esta dirección.
El Señor General Torres contestó negativamente tanto por hallarme yo en las
inmediaciones de su Cuartel General, como porque no creyó útil a nuestros
intereses esta suspensión de hostilidades.
“Si el tratado que me
incluyó el General Torres, que aparece firmado el 20 de noviembre en Babahoyo
por V.S. y el Coronel Tolrá, es cierto, y no es una estratagema del Jefe de
Pasto, lo desapruebo”.
Incluso existe una solicitud de Sucre para separarse del
ejército luego de lograrse la victoria de Junín. En esa oportunidad Bolívar despojó del mando
supremo del ejército a Sucre y lo comisionó para rescatar los restos del
ejército y organizarlo, tarea que realizó el cumanés con el brío y la
eficiencia que siempre le caracterizó. Al finalizar la tarea se dirigió al
Libertador para expresarle su deseo de dejar el ejército, sintiéndose ofendido
por el cargo. “Se me ha dado públicamente
el testimonio de un concepto incapaz en las operaciones activas, y se ha
autorizado a mis compañeros para reputarme como un imbécil o un inútil”, afirmó
en esa oportunidad.
A esto Bolívar le respondió. “Ese era mi puesto y yo se lo he dado. Creí que lo que era digno de mí
no era indigno de U… Si salvar el ejército de Colombia es deshonroso, no
entiendo yo ni las palabras ni las ideas”.
Ese gran hombre, relegado por la historia a la sombra de
Bolívar, es hoy un ejemplo de desprendimiento del poder, al cual huyó por mucho
tiempo, hasta que le alcanzó la muerte en Berruecos, cuando decidió
desprenderse de escoltas en búsqueda de su anhelado descanso al lado de su
familia y alejado de las pretensiones políticas y de los azares de la guerra.

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