La disyuntiva entre votar o no votar está en la crema y nata
del hervidero nacional. Se han gastado centenares de miles de horas en análisis
de sí ir o no a las urnas y hasta ahora el ciudadano común no ha podido salir
de la confusión causada por este hecho promovido por el gobierno nacional.
Desde el punto de vista legal, estas votaciones son
inválidas, por lo que da pie a que cualquier ciudadano que se sienta afectado
podrá, en el futuro, acudir a los tribunales para solicitar su nulidad, basado
en la ilegalidad del organismo que las convocó y la violación de la carta magna
para las condiciones sobre las cuales se realizarán.
Si la ciudadanía estuvo de acuerdo en calificar de espuria a la Asamblea Nacional Constituyente, basado
en su convocatoria no apegada a la Constitución y la forma excluyente en que se
ejerció el voto para la elección de sus representantes, no puede dudar que, de
conformidad con lo establecido en el artículo 350 de la misma carta fundacional, todo mandato
de ese organismo carece de validez y de legalidad para los venezolanos.
De estar nosotros de acuerdo en este articulado no viene al
caso hurgar más en la materia, La votación es tan ilegal como el organismo que
la convocó y no tiene ni debe tener ningún valor jurídico ni vinculante para
los venezolanos.
Es decir, votar rompe con nuestro compromiso de velar por el
cumplimiento de la Constitución al transformarnos en marionetas de un régimen tiránico
basado en su poder represivo logrando que la ciudadanía se acoja a unas normas impuestas
por la fuerza.
Dejarse llevar por la esperanza de que un hombre como Henry
Falcón, quien fue incapaz de luchar por su posición de gobernador del estado
Lara, tome las banderas de la nación es caer un estado de inocencia que pisa
los límites de la insania mental. No hay poder militar que apoye la elección de
un hombre distinto a Nicolás Maduro.
En eso debemos estar claro todos los venezolanos. Las
acusaciones hechas por el propio Falcón cuando se realizaban las elecciones de
gobernadores de la toma de centros electorales, de la poca transparencia de las
actas de escrutinios y de los atropellos a los testigos de muchas mesas, creó
un estado de escepticismo sobre la figura de este candidato, cuya ofertas no
llegan a convencer a la gran masa de ciudadanos.
Vale recordar los casos de Tomás Guanipa en el estado Zulia
y de Andrés Velásquez, en Bolívar para certificar que la írrita Asamblea
Nacional Constituyente puede de un plumazo acabar con cualquier iniciativa
popular.
Por ahora no hay fuerza armada independiente que dé
garantías de cambio ni tampoco un marco legal que respalde los dictámenes de la
Constitución. Por lo tanto, votar es un irrespeto a nosotros mismos como
venezolanos y un reconocimiento tácito al régimen de Nicolás Maduro.

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