Hasta la lluvia
Parece que hasta la lluvia se olvidó de nosotros. Ayer vi
como una araña se disputaba con una chiripa la entrada de la canilla del grifo.
La soledad de aquel recinto acumula días, semanas y meses, quizás añorando,
dentro de poco, su primer aniversario.
Las moscas con su aleteo esparcen los olores de la basura acumulada afuera y la
ligan con la propia, la de los excrementos que esperan el agua divina para
llevarla a los desagües.
Pero los males no llegan solos. El calor hunde, aplasta, presiona
y asesina, mientras los vendedores de agua con sus camiones pasan provocando la
ira con precios impagables y la justificación de tener que cancelar cada día
más por las tajadas de corrupción que se llevan quienes les otorgan los
permisos para transportar y vender el líquido.
La trampa fue una maraña de hilos tejidos a la distancia con
estambres de regalos, de promesas y de esperanzas alimentadas con furor de
patriotismo, de historia manipulada y de arengas de líderes llegados del más
allá para terminar la independencia. Fue una partida de ajedrez donde el
contrario sólo tenía peones para oponerlos a brigadas de alfiles, divisiones de
damas, regimientos de caballos y columnas de torres atentos a sofocar cada
protesta.
Multiplicaron las presuntas conspiraciones en la medida en
que desgranaban las mazorcas del erario público y mientras tanto todo se fue
corroyendo por el dejar para mañana lo que debes hacer hoy. La rapiña y el
saqueo sembraron cementerios de autobuses recién nacidos, de acueductos
inoperantes, de sistemas eléctricos a oscuras y de empresas, otrora boyantes y
prósperas.
Poco a poco se olvidaron de nosotros. Ya no éramos
necesarios para depositar nuestro voto, por otras vías habían asegurado los
escrutinios. Tampoco éramos necesarios para colmar las grandes avenidas ni las
plazas en los mítines; para eso estaban las imágenes del padre de la tragedia
en sus primeros tiempos y la masa delirante, obesa de mentiras y de odio
acumulado.
El tiempo, verdugo autómata, nos fue despertando hacia otra
pesadilla. Los grandes televisores que adornaban las paredes de nuestras casas,
quedaron como adornos ante las fallas eléctricas que los quemaron sin tener la
opción de reponer las piezas; igual pasó con los hornos microondas, las grandes
lavadoras y los aires acondicionados que adornaron los techos de latón de
muchos barrios.
Entonces, la calle fue el tablero de la lucha, pero aquella
guerra dejó muertos y heridos sólo de este lado, de los olvidados, cuyo número
crecía y crecía sin remedio, mientras veía desaparecer los supermercados, la
comida, la ropa, los vehículos, el transporte y el dinero para el comercio.
Sin darnos cuenta, una nube se interpuso entre nosotros y el
universo. En el día el desasosiego se dejaba colar por los intersticios de las
puertas para pegarse a la piel y en las noches ocultaba las estrellas para que
el titilar no alegrara ni sugiriera pensamientos de libertad.
Ahora, hasta la lluvia nos olvidó. ¿Será qué somos muy
pobres? ¿Será que estamos solos en el universo o que nuestra soledad nos
carcomió los huesos?¿Será que tanto palabrerío nos deja a merced de los
demonios o será que tendremos que abrirnos en tajos para limpiar todo con
sangre?
Sólo el paso de la canícula me responde en medio de
asesinatos disfrazados de “suicidios” y de una espera inútil de raíces crecidas
y fortalecidas por la inercia.

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