Con elecciones amañadas no se resuelve el cénit de una enfermedad crónica.

Es lamentable leer y escuchar los análisis de los políticos venezolanos, quienes tienen visión inmediatista sobre la situación nacional, demostrando la ignorancia de nuestra historia y la poca visión sobre las medidas que deberán tomarse a corto, mediano y largo plazo con la finalidad de hacer de Venezuela una nación con verdadera prosperidad.
Son incontables los voceros cuyas miradas se estacionan en los gobiernos nacidos bajo la égida del 23 de enero de 1958, sin tomar en consideración que todos y cada uno de ellos incurrió en errores económicos y políticos, cuyo resultado nos llevó a la hecatombe surgida de las elecciones del 6 de diciembre de 1998, cuando Hugo Chávez asciende al poder.
Si los votantes eligieron esta vía no fue porque estuviesen navegando en una nación desprovista de carencias, todo lo contrario; la economía venía en declive, con una moneda devaluada año a año, con una merma mayor desde 1983, con lo que se llamó el “viernes negro”.
En la política limitamos la acción a Copei y Acción Democrática, como los grandes partidos, los cuales utilizaron los recursos del Estado para asegurarse los votos necesarios y la permanencia en el poder. Al Tribunal Supremo de Justicia y a las diferentes magistraturas sólo podía llegarse por el clientelismo político, al igual que a las altar jerarquías militares.
Los empresarios también se valían de sus contactos políticos para lograr prebendas y leyes que los beneficiaran, con lo cual se fue creando un sistema donde lo importante no era la capacidad del individuo para aportar al engrandecimiento del país, sino su afiliación al grupo partidista mayoritario en el gobierno.
Las muertes, las desapariciones de personas, la represión también tuvieron cabida y crecimiento durante esos 40 años, creando la sensación de que gobernar era eso, acaparar poder, otorgar dádivas a los más pobres y crear esperanzas para el futuro de las familias y de los individuos.
La falta de planificación y la ausencia de visión de los políticos de turno llevaron a una administración por emergencia. Cuando el precio del petróleo subía, se acometían obras para las mayorías y cuando sucedía lo contrario, sólo se limitaban a llenar los vacíos más acuciantes.  No hubo fomento de universidades y las escuelas técnicas desaparecieron en una época en la cual existía un divorcio manifiesto entre las necesidades de crecimiento económico y educación.
En ese sistema educativo se enfatizó en la generación de asalariados. La empresa privada no participaba con las universidades en la creación de perfiles para sus futuros empleados y, salvo honrosas excepciones, no se envió a los estudiantes hacia el exterior para formar los profesionales necesarios, sino que otorgaban becas a diestra y siniestra sin conocer las prioridades  del desarrollo productivo del país.
En medio de este caos incipiente, las masas empobrecidas fueron creciendo. Los ranchos proliferaron en los cerros de las principales capitales de estado, crecieron los índices delictivos, la banalidad de los jueces y la corrupción del  sistema de justicia. La política se estancó en el intercambio de contratos para obras a cambio de comisiones, tanto para los partidos como para los individuos o grupos que las entregaban y dentro de los ciudadanos creció la desconfianza y la incredulidad en los partidos y los procesos eleccionarios.
Surgió la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, COPRE, producto de la inquietud de varias personalidades, quienes veían la necesidad de llevar a cabo una serie de medidas para que la democracia fuese más sólida. Se abrió la posibilidad de elegir a gobernadores y alcaldes y se planteaba la necesidad de reformar la constitución del 59 para otorgar mayores facilidades a la economía, pero el deterioro progresivo de la política nacional conllevó al descreimiento en los partidos políticos y en los dirigentes de turno.
Sin rumbo económico o político que seguir, sin metas claras para el desarrollo, surge la figura de Chávez como el paladín de los pobres y los desposeídos. Llegó en un momento cuando el precio del barrio de petróleo estaba por debajo de los diez dólares, pero con una producción superior a los tres millones de barriles y una deuda en PDVSA cercana a los cinco  mil millones de dólares.
Lo ocurrido después es conocido por todos. Un crecimiento en la economía mundial, apuntalado por China, llevó de nuevo al petróleo a precios beneficiosos para el país. Los presuntos planes con los cuales se consiguieron los votos y los apoyos para la llegada al poder, se diluyeron en el papel y en las largas cadenas televisivas. No hubo crecimiento en la agricultura, como se había prometido, la industria fue bajando paulatinamente su producción y su productividad, las expropiaciones estuvieron a la mano para cualquier desplante populista y las consecuencias comenzaron a verse, una vez que el precio del oro negro y las presiones por las deudas se hicieron presentes en el panorama nacional.
   A la empresa petrolera se le exprimió al máximo, se utilizó como instrumento político, se descapitalizó en su personal técnico y administrativo, no se realizaron las inversiones indispensables, se alejó de la planificación y todo ello nos llevó a una merma considerable en la producción, a un declive en la refinación, a la ausencia de la puesta en funcionamiento de nuevos pozos y, lo peor, cayó en una espiral de corrupción sin precedentes.
Ante esta descomposición económica, política, social y moral de los venezolanos, no pueden tomarse medidas correctivas simples como las planteadas por personeros de la MUD, cuya sustentación en elecciones presidenciales no tiene asidero, por cuanto más allá un dirigente nacional, debe existir un pacto previo que asuma las medidas drásticas que habrá que tomar para salir de este atolladero en el cual nos han sumido.
 Venezuela debe cambiar de raíz y para eso debemos estar conscientes todos. No puede caerse en el nefasto juego político de grupos cuyo fin sea el ganar votos ante los sacrificios a los cuales debemos acceder para procurarnos un campo fértil para la producción de alimentos, al logro de una industria moderna para procesar las materias primas nacionales, a la venta de activos improductivos, a la elección de los mejores y más capacitados jueces, administradores, legisladores, policías y  militares dentro de los ciudadanos probos de esta nación.
Debemos tener un norte claro con una disminución del  gasto público y un sistema impositivo transparente, tanto en su captación, como en su gasto e inversión. A estas alturas del país debemos aglutinar territorios estadales y conformar una nueva estructura político territorial que disminuya el despilfarro. Cada estado debe ser verdaderamente descentralizado, con normas que respondan a características específicas de cada región, con planes verdaderos y posibles, cuyo ámbito involucre lo educativo con lo cultural, lo político y económico.
Todo ello requiere de un nuevo país el cual debería estar planificándose en este momento por parte de la dirigencia política que sólo se ve abocada a la posibilidad de que este gobierno, con poder ilimitado, con el apoyo de una fuerza armada corrupta en sus más altos estamentos, le permita ir a unas elecciones donde sólo ellos redactarán las normas y seguramente ganarán porque no habrá organismo público o privado, nacional o internacional con el poder de verificar el proceso ni existen garantías de lograr un cambio en buena lid.  

Todos estamos claros que el primer paso para esta evolución es el cambio de gobernantes y este debe estar en consonancia con los planes para orientar a la nación hacia lo que deseamos como venezolanos  Sin unión no habrá cambio posible y lo más probable es que continuemos la misma situación de deterioro con otros personajes dentro del mismo desorden operacional y administrativo. 

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