Crisis


Esta crisis debería dejarnos lecciones claras, así como se las dejó a los países europeos después de las guerras. Sin embargo parece no existir síntomas en la población que evidencien el aprendizaje. Continuamos reaccionando como si nada estuviese sucediendo y no hubiésemos vivido un largo período de cuatro quinquenios de decadencia económica, social y moral.
Los partidos políticos continúan con una capucha de plomo sobre sus cabezas y gastan sus energías en tratar de aprovechar las circunstancias para acomodar mejor su puesto de partida en el momento en que este régimen abandone el poder y la sociedad se debate en cuál será el verdadero mesías que se echará el sólo el país sobre su espalda para acabar con la crisis.
A nadie se le ha ocurrido iniciar un proceso acondicionador del terreno a pisar en el momento en el cual transitemos un camino distinto al que tenemos hoy en día. Por ejemplo, no se ha escuchado a ningún líder de partido en un análisis de la historia política venezolana donde se asegure que, muerto el caudillismo de militares y montoneras del siglo XIX y primera mitad del XX, caímos en una democracia defectuosa, con muchas brechas que fueron aprovechadas por sectores económicos colados dentro de los partidos en detrimento de las mayorías de los ciudadanos.
Tampoco se ha escuchado a los dirigentes de estos partidos la posibilidad de acabar de una vez por todas con los resabios de los sistemas de gobierno anteriormente mencionados y abrirse a la posibilidad de recurrir a un sistema distinto para minimizar el personalismo gubernamental y las imposiciones partidistas.
Quienes  conocimos y vivimos el proceso denominado “democrático” recordamos como el origen de muchos de los males que hoy sufrimos en modo superlativo, se originaron en un sistema donde el ciudadano era un elemento de tercera categoría donde sólo se le tomaba en cuenta para que asistiera a los eventos electorales que servían para consolidar las decisiones de los altos dirigentes de estas asociaciones políticas.
Recordamos como los partidos acordaron alternarse en el poder con el Pacto de Punto Fijo y como el sistema judicial pasó a ser un apéndice del partido de turno, así como todos los elementos de las funciones públicas, cuyo fin era compensar a partidarios de su tolda política.
Por otra parte estaban los cargos electos por el voto popular, como diputados, senadores y concejales, cuyas decisiones nunca se orientaban  hacia la ciudadanía que los eligió, sino hacia la orden impartida por el partido a quien verdaderamente representaban y el cual los colocaban como candidatos.
Esos y otros vicios deberán erradicarse de raíz en la Venezuela que viene. La política debe transformarse en una profesión que no dependa sólo de los partidos, que los líderes surjan de las comunidades y sus postulaciones se las ganen a pulso con el trabajo por sus semejantes.
El país debe descentralizarse. Debe reducirse la burocracia y reordenarse la nación por regiones con vocaciones y posibilidades de interacción y estas regiones deben competir entre ellas para desarrollarse con planes propios, ingresos provenientes de las riquezas generadas dentro de sus límites y una confederación de estados con orientaciones bien definidas.
Nosotros como sociedad debemos aprender a organizarnos; no es posible que ante una catástrofe como ésta que vivimos nos quedemos en las puertas de nuestras casas esperando por siglos que alguien llegue a solucionar los problemas y a ver como la pobreza se apodera de nuestras casas.
Es mucho y arduo el trabajo que nos espera en el futuro. Por ello debemos pensarlo, planificarlo y deslastrarlo del pasado. Esta crisis debe ser la puerta de entrada hacia los tiempos nuevos, con nuevos venezolanos, nuevas ideas y nuevas conductas, donde todos participemos, hombro a hombro y evitar con ello que la política tradicional y corrupta vuelva a ocupar los espacios que deben ser de todos.

LA PRESIDENCIA EN EL IDEAL BOLIVARIANO

Dada la importancia del pensamiento de nuestro Libertador, es pertinente analizar los diferentes conceptos que tenía nuestro máximo prócer en relación al gobierno que debió existir en nuestros países. El primer escrito de trascendencia sobre el particular se plasma en el Manifiesto de Cartagena, donde el Libertador hace un análisis del proceso emancipador venezolano. Allí aseguró que tuvimos en esa Primera República a “…filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados
“De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado, cometidos descaradamente por los descontentos y particularmente por nuestros natos e implacables enemigos...”, aseguró.
Más adelante, en 1814, cuando ingresa a Venezuela desde Nueva Granada y es recibido por los caraqueños, quienes le otorgan el título de Libertador, y luego de un largo debate en el convento de San Francisco, se le confiere el mando supremo como Dictador de las provincias liberadas. Asegura a los presentes: “Compatriotas: he venido a traeros el imperio de las leyes. Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes. Es un país de esclavos”.
En 1815, en una correspondencia conocida como Carta de Jamaica, sugiere que Venezuela debe unirse a Nueva Granada para conformar una sola nación, bajo un gobierno que debería imitar al sistema inglés de la época, “… con la diferencia que en vez de un rey, habrá un poder ejecutivo electivo, cuando más vitalicio, pero jamás hereditario si se quiere República; una Cámara o Senado Legislativo hereditario, que en las tempestades políticas se interponga entre las olas populares y los rayos del gobierno, y un cuerpo legislativo de libre elección sin otras restricciones que las de la Cámara baja de Inglaterra”.
Al presentar el proyecto de Constitución, en 1819, ante el Congreso de Angostura, se refirió nuevamente al peligro que significaba mantener a la misma persona en el poder por mucho tiempo. “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el Poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la Libertad Republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo Magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, les mande perpetuamente”.
Sin embargo, siete años más tarde, el 25 de abril de 1826, Bolívar propone ante el Congreso de Bolivia, la elección de un Presidente Vitalicio. “Un Presidente Vitalicio con derecho a elegir su sucesor es la inspiración más sublime en el orden republicano… El Presidente de la República nombra al Vicepresidente para que le suceda en el mando. Por esta providencia se eliminan las elecciones que producen el grande azote de las repúblicas, la anarquía, que es el lujo de la tiranía y el peligro más inmediato y más terrible de los gobiernos populares”
Sin embargo, Bolívar, dentro de la misma Constitución, señala que este Presidente Vitalicio “… viene a ser en nuestra constitución como el Sol, que firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema Autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesitan, más que en otros, un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos: los hombres y las cosas… En él estriba todo nuestro orden sin tener por eso acción. Se le ha cortado la cabeza para que nadie tema sus intenciones y se le han ligado las manos para que a nadie dañe.
“El Presidente de Bolivia…está privado de todas las influencias: no nombra a los magistrados, los jueces ni las dignidades eclesiásticas, por pequeñas que sean…”

En el mensaje enviado al Congreso de la República de Colombia, el 20 de enero de 1830, Bolívar manifiesta su desacuerdo por la permanencia de un mismo magistrado en el poder: “Mostraos, conciudadanos, dignos de representar un pueblo libre, alejando toda idea que me suponga necesario para la República. Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado, este Estado no debería existir, y, al fin, no existiría”.

José Caridad González el negro culto de la colonia


José Caridad González tiene una actuación de doble lectura en la historia venezolana. Por una parte se le conoce como el esclavo liberado que contribuyó con José Leonardo Chirino, en su revuelta de Coro, y por la otra, como el negro liberto que se presentó ante las autoridades para combatirlo con sus milicianos.
La historiografía recoge que González era, en verdad, un esclavo africano que llegó a Curazao en un barco negrero. Su inteligencia natural lo llevó a aprender el francés, el español  y el patuá, transformándose en líder de los negros huidos de la esclavitud.
Por aquel entonces las leyes españolas establecían que cualquier esclavo que, huyendo de su condición,  pisara el territorio de costa firme, ganaba su libertad y su derecho a permanecer en estas tierras.
González viajó de polizón en una nave mercante y se acogió al derecho español reclamando su libertad. Inmediatamente tomó las riendas de la gran cantidad de libertos, a quienes representó en España solicitando las tierras de la Macuquita para su explotación, lo cual les fue concedido.
Igualmente tuvo la oportunidad de viajar por el Caribe, de permanecer en Haití por un tiempo y de organizar una milicia de negros libertos en Coro, de la cual era su capitán o comandante.
Se cree que en varias oportunidades estuvo en La Guaira y Caracas, donde obtenía información sobre las condiciones en las cuales se encontraban estas poblaciones.
Quienes han investigado sobre la rebelión de Chirino concuerdan en que González no tuvo participación en esta rebelión. Sin embargo, el presentarse el 12 de mayo, con varios de sus compañeros milicianos, ante las autoridades, fue apresado y luego muerto, acusado de querer escapar de sus captores.

"Más malo que Nicolás"


Al igual que el Nicolás que todos conocemos, existió otro delincuente famoso con ese nombre a principios del siglo XIX. Sus crímenes eran de tal magnitud que se esparcieron como noticias por todo el país. Mató a su mujer a machetazos, robó a todos los propietarios del alto llano, mató a su mejor amigo para robarlo con el cuchillo que éste le prestó para que comiera, violó a toda mujer que le pareció apetecible, terminó con el comercio, quemó hatos, acabó con animales de cría y se constituyó en un azote.
Este Nicolás fue reconocido por la historia popular como Guardajumo. Su maldad ilimitada se confundía con la leyenda. Se le atribuían poderes sobrenaturales, hasta el punto de que se aseguraba que en los momentos en que era perseguido por la justicia, tenía la facultad de transformarse en humo y esconderse entre los árboles para reaparecer poco después y reírse de sus perseguidores. De allí quedó la frase famosa: “Más malo que Guardajumo”.
Cuentan que no hubo comerciante que no asaltara en los caminos, por lo que éstos fueron quedando solos. Estas versiones de historia popular aseguran que un español, llamado José Tomás Rodríguez Boves y Juan Jacinto Lara, decidieron enfrentarlo y para ello contrataron a varios peones de sobrada valentía con el fin de trasladar unas mercancías desde los puertos de Güiria hasta Calabozo.
Por supuesto que fueron arremetidos por Guardajumo y sus secuaces. Sin embargo Lara y Boves se defendieron, mataron a cuatro de los delincuentes, hirieron a Nicolás y lograron salvar su mercancía.
Pero este no fue el fin del delincuente. De su familia surgió un tío, quien sintiendo que su nombre y el de sus ancestros estaban en la picota pública por las maldades de su sobrino, condujo a las autoridades hasta su escondite, donde fue capturado.
Se le sentenció a muerte, pero no hubo verdugo en todo Guárico que ejecutara la orden. Guardajumo vaticinó que los demonios cubrirían su cuello para evitar su muerte y que lo dejarían libre para volver a sus andanzas. Se buscó verdugo en Caracas. La gente se encerró en sus casas por miedo, el día en que Nicolás, el Guardajumo, quedó colgado entre tres palos a merced del viento y de los zamuros.



Hasta la lluvia


Parece que hasta la lluvia se olvidó de nosotros. Ayer vi como una araña se disputaba con una chiripa la entrada de la canilla del grifo. La soledad de aquel recinto acumula días, semanas y meses, quizás añorando, dentro de poco,  su primer aniversario. Las moscas con su aleteo esparcen los olores de la basura acumulada afuera y la ligan con la propia, la de los excrementos que esperan el agua divina para llevarla a los desagües.
Pero los males no llegan solos. El calor hunde, aplasta, presiona y asesina, mientras los vendedores de agua con sus camiones pasan provocando la ira con precios impagables y la justificación de tener que cancelar cada día más por las tajadas de corrupción que se llevan quienes les otorgan los permisos para transportar y vender el líquido.
La trampa fue una maraña de hilos tejidos a la distancia con estambres de regalos, de promesas y de esperanzas alimentadas con furor de patriotismo, de historia manipulada y de arengas de líderes llegados del más allá para terminar la independencia. Fue una partida de ajedrez donde el contrario sólo tenía peones para oponerlos a brigadas de alfiles, divisiones de damas, regimientos de caballos y columnas de torres atentos a sofocar cada protesta.
Multiplicaron las presuntas conspiraciones en la medida en que desgranaban las mazorcas del erario público y mientras tanto todo se fue corroyendo por el dejar para mañana lo que debes hacer hoy. La rapiña y el saqueo sembraron cementerios de autobuses recién nacidos, de acueductos inoperantes, de sistemas eléctricos a oscuras y de empresas, otrora boyantes y prósperas.
Poco a poco se olvidaron de nosotros. Ya no éramos necesarios para depositar nuestro voto, por otras vías habían asegurado los escrutinios. Tampoco éramos necesarios para colmar las grandes avenidas ni las plazas en los mítines; para eso estaban las imágenes del padre de la tragedia en sus primeros tiempos y la masa delirante, obesa de mentiras y de odio acumulado.
El tiempo, verdugo autómata, nos fue despertando hacia otra pesadilla. Los grandes televisores que adornaban las paredes de nuestras casas, quedaron como adornos ante las fallas eléctricas que los quemaron sin tener la opción de reponer las piezas; igual pasó con los hornos microondas, las grandes lavadoras y los aires acondicionados que adornaron los techos de latón de muchos barrios.
Entonces, la calle fue el tablero de la lucha, pero aquella guerra dejó muertos y heridos sólo de este lado, de los olvidados, cuyo número crecía y crecía sin remedio, mientras veía desaparecer los supermercados, la comida, la ropa, los vehículos, el transporte y el dinero para el comercio.
Sin darnos cuenta, una nube se interpuso entre nosotros y el universo. En el día el desasosiego se dejaba colar por los intersticios de las puertas para pegarse a la piel y en las noches ocultaba las estrellas para que el titilar no alegrara ni sugiriera pensamientos de libertad.
Ahora, hasta la lluvia nos olvidó. ¿Será qué somos muy pobres? ¿Será que estamos solos en el universo o que nuestra soledad nos carcomió los huesos?¿Será que tanto palabrerío nos deja a merced de los demonios o será que tendremos que abrirnos en tajos para limpiar todo con sangre?
Sólo el paso de la canícula me responde en medio de asesinatos disfrazados de “suicidios” y de una espera inútil de raíces crecidas y fortalecidas por la inercia.


El futuro


Venezuela necesita en este momento una gran reflexión sobre su futuro. Tenemos la oportunidad de sentar las bases de una nueva república, acorde con nuestras necesidades y nuestros recursos. En primer lugar debemos hurgar en la historia con el fin de conocer como los caudillos del siglo XIX y parte del XX, desvirtuaron la oportunidad de nacer como país libre y soberano y, luego, como los partidos políticos, tomaron el papel de los primeros para hurtarnos la oportunidad de vivir una verdadera democracia.
Este análisis histórico nos llevaría a conocer el daño que el sistema populista instaurado en el país, luego de la caída del gobierno de Marcos Pérez Jiménez, conllevó a una dictadura de partidos políticos, donde la voluntad del elector se perdió en cúpulas donde grupos minúsculos decidían el quehacer nacional en todos sus ámbitos.
De igual forma nos llevaría a conocer que ese sistema seudodemocrático que rigió al país en la segunda mitad del siglo pasado, nos llevó a caer en la peor de las pesadillas que pudiera vivirse en el país desde su fundación. Teníamos diputados y senadores sin decisión, porque en las sedes de los partidos se cocinaban las leyes, las escogencias para los militares de altos cargos, los jueces, el manejo de las finanzas públicas, las relaciones internacionales, la aparición de los nuevos líderes, los sistemas educativos, el manejo de los medios de comunicación y todo cuanto aconteciera dentro de la política nacional.
Todo medraba alrededor de la permanencia en el poder y para ello se dejaban colar migajas hacia el pueblo llano. Se vieron pasar casos de corrupción diluidos en los tribunales con  un halo de impunidad que creció año a año, impactando en una población, cuya respuesta fue el alejamiento de las urnas electorales al considerar inútil salir a votar siempre por los mismos y bajo las mismas esperanzas.
Lo demás es conocido por todos los que hemos vivido el peor período de deterioro nacional en toda su historia. Lo que resta es comenzar a planear el futuro que no puede ser otro que un plan concertado entre las pocas organizaciones que todavía existen, tales como los gremios profesionales, los partidos políticos tradicionales y emergentes, las diversas iglesias  y todas aquellas organizaciones de índole pública o privada que deseen el bien para el país.
Venezuela necesita una guía de ruta que nos aleje de continuar en un sistema populista donde coloquen paños de agua tibia que alivie los dolores más fuertes. En primer lugar, esa guía de ruta debe plantear un nuevo sistema político administrativo que abarque, desde la familia y la educación, hasta  las relaciones internacionales y la división del territorio y sus sistemas de elección de gobernantes. Debe incluir un lapso perentorio de emergencia nacional para levantar el caos existente y evitar que por carencia de alimentos y medicinas continúe padeciendo la población, pero también debe contener la inclusión de todos al proceso del trabajo productivo.
No será fácil levantar una nación con los principios morales que hoy prevalecen, donde el egoísmo, la prebenda y la dádiva se sobreponen al esfuerzo y al trabajo en colectivo. De este esfuerzo emergente debe surgir la nueva escuela, aquella que combine el conocimiento con la tecnología, el deporte y el desarrollo mental, adaptada a la visión futurista necesaria de los tiempos por venir.
En esta escuela debe estar la visión de una familia sólida. Una familia que pueda trabajar unida en microempresas de servicios con visión de crecimiento, sumando la oportunidad de dar a sus miembros las responsabilidades debidas para la prestación de servicios de calidad a emprendimientos de mayor talla. Esta nueva educación debe cambiar el paradigma existente del trabajo como objeto de explotación por el de la acción de producción de riquezas para el bienestar del grupo y de la sociedad.
Dentro de ese mismo plan debe existir la voluntad del Estado de desprenderse de la rémora de centenares de miles de personas que chupan de su peculio sin generar beneficios. Para ello debe iniciarse un proceso de depuración en la división político territorial, por cuanto la misma no ha tenido otro objetivo en los últimos 60 años de ser fuente de colocación de adeptos a los partidos en organismos como gobernaciones, alcaldías, consejos legislativos, ministerios y entes descentralizados, por nombrar sólo algunos.
El territorio de Venezuela debe responder a sus necesidades, así como su sistema de gobierno. Bien pudiera dividirse la nación en 7 bloques, provincias o estados que respondan a necesidades similares, con el fin de establecer políticas propias de cada uno y sectorizar las leyes, los ingresos y los modelos de desarrollo, dependiendo de los rubros a producir.
 Es decir, Venezuela debe ser una confederación descentralizada, gobernada por un plan de acción general y planes de acción sectoriales donde se compita por el beneficio de todos de una manera libre de ataduras político-partidistas que, hasta el momento, han dificultado toda iniciativa de progreso nacional.
Las elecciones para estos gobiernos  sectoriales y nacionales deben responder a otra tónica. No pueden sustentarse en partidos políticos únicamente. Aquí debe existir la posibilidad de que todo aquel venezolano, cuyo accionar ciudadano lo haya dotado de algún tipo de liderazgo, tenga la oportunidad de medirse en elecciones libres con la mismas oportunidades que la de aquellos amparados en partidos y cada uno de los elegidos debe tener libre albedrío para actuar de conformidad con su consciencia y no por y para el partido que lo postula.
La figura del Presidente omnipotente debe desaparecer para soportar el mando sobre un sistema parlamentario que diluya los sistemas de corrupción y una prensa libre, con acceso a todos los hechos realizados por los organismos públicos y en cuya dirección no priven intereses de grupos políticos ni económicos en detrimento de la verdad.
Creo que los caminos se están despejando para el surgimiento de una tercera etapa en la historia nacional que vaya más allá del caudillismo del siglo XIX, más allá que el populismo partidista del siglo XX y más allá del desastre del mal llamado socialismo de estos últimos años.  Esta etapa debería estar cocinándose en este momento, como la luz apareciendo al final del túnel.


¿Votar o no votar?


La disyuntiva entre votar o no votar está en la crema y nata del hervidero nacional. Se han gastado centenares de miles de horas en análisis de sí ir o no a las urnas y hasta ahora el ciudadano común no ha podido salir de la confusión causada por este hecho promovido por el gobierno nacional.
Desde el punto de vista legal, estas votaciones son inválidas, por lo que da pie a que cualquier ciudadano que se sienta afectado podrá, en el futuro, acudir a los tribunales para solicitar su nulidad, basado en la ilegalidad del organismo que las convocó y la violación de la carta magna para las condiciones sobre las cuales se realizarán.
Si la ciudadanía estuvo de acuerdo en calificar de espuria  a la Asamblea Nacional Constituyente, basado en su convocatoria no apegada a la Constitución y la forma excluyente en que se ejerció el voto para la elección de sus representantes, no puede dudar que, de conformidad con lo establecido en el artículo 350  de la misma carta fundacional, todo mandato de ese organismo carece de validez y de legalidad para los venezolanos.
De estar nosotros de acuerdo en este articulado no viene al caso hurgar más en la materia, La votación es tan ilegal como el organismo que la convocó y no tiene ni debe tener ningún valor jurídico ni vinculante para los venezolanos.
Es decir, votar rompe con nuestro compromiso de velar por el cumplimiento de la Constitución al transformarnos en marionetas de un régimen tiránico basado en su poder represivo logrando que la ciudadanía se acoja a unas normas impuestas por la fuerza.
Dejarse llevar por la esperanza de que un hombre como Henry Falcón, quien fue incapaz de luchar por su posición de gobernador del estado Lara, tome las banderas de la nación es caer un estado de inocencia que pisa los límites de la insania mental. No hay poder militar que apoye la elección de un hombre distinto a Nicolás Maduro.
En eso debemos estar claro todos los venezolanos. Las acusaciones hechas por el propio Falcón cuando se realizaban las elecciones de gobernadores de la toma de centros electorales, de la poca transparencia de las actas de escrutinios y de los atropellos a los testigos de muchas mesas, creó un estado de escepticismo sobre la figura de este candidato, cuya ofertas no llegan a convencer a la gran masa de ciudadanos.
Vale recordar los casos de Tomás Guanipa en el estado Zulia y de Andrés Velásquez, en Bolívar para certificar que la írrita Asamblea Nacional Constituyente puede de un plumazo acabar con cualquier iniciativa popular.
Por ahora no hay fuerza armada independiente que dé garantías de cambio ni tampoco un marco legal que respalde los dictámenes de la Constitución. Por lo tanto, votar es un irrespeto a nosotros mismos como venezolanos y un reconocimiento tácito al régimen de Nicolás Maduro.